the cools
Perdió la alegría, no supo cuándo ni cómo, pero el caso es que la perdió. De repente se sintió sin energía, sin ganas de abrir los ojos, sin ganas de andar, sin ganas de imaginar. No creía, no tenía ilusión. No podía pensar, no podía escribir. No podía consigo mismo. Tras tres meses en esa situación, Ramón, no sabía que hacer ni cómo hacer para volver a degustar la vida, encontrarle sentido, sentidos de ser. Su paladar no distinguía sabor. Apático, todo le resultaba amargo, con lo cual su angustia existencial no dejaba lugar a la reacción. Parado, sin saber, sin poder. Encerrado, sin libertad para escoger. Ciego o cegado por tanto padecer. Tenía un problema, el problema estaba en él: lo que le jodía es que todo le jodía. Demasiado sensible, tal vez, en un mundo incomprensible para una mente que busca la paz y rehuye el conflicto, sendos conceptos absurdos para su persona y su forma de ser, pensar y actuar.
Y, ¿quién era María Isabel, a parte de la compañera de Manuel, madre de Maria y hermana de Raquel? Era una gran mujer, luchadora, amable y fiel. Yendo más adentro, directa al alma, podríamos decir, si tuviera que acotar su esencia en una etiqueta, ésta seria: inestable.
La gente que la conocía lo sabía, era una mentirosa compulsiva. ¿Qué eran mentiras piadosas? Puede ser. ¿Qué en ocasiones encubrían una verdad que no le interesaba revelar por miedo a perder la partida? Pues también es posible. Pero si algo era cierto fue la conversación que mantuvo con su hermana, María Isabel.
A veces, en tiempos de sequía sensitiva, cuando uno se siente muerto en vida, recordar es un modo de vivir. Más cuando se intenta ver la luz de otros tiempos, los recuerdos rescatados de la memoria son los mejores, las experiencias que más placer nos han proporcionado en un momento en que el Sol ocupaba el centro del cielo. Así lo entendía Víctor, pero en su actual situación creía que no le servia. Y eso que se empeñaba en evocar mejores temporadas recorriendo diferentes sendas de su mente. No encontraba su lugar de paz.
Manuel estaba esperando a la vera de María Isabel. Tumbada, sumida en la agonía de los últimos compases que daría su corazón. No pensaba, estaba.
La verdad es que ya era hora. Ya pasó mucho tiempo desde que la mirada de Vicente no se despegaba del suelo. Y como siempre, en la noria de su vida, tenía que llegar el momento de la subida. Empezó a mirar al cielo cuando se interesó por María. E ironía, el final peor que el inicio, si bien se le dio la vuelta a la tortilla. En fin, que las pasaron muy putas: ella vivió en un infierno y él acabó besando a Judas.
- Vamos, sex machine, ves hacia él!
María acaba suicidándose a base de pastillas. Esta es la imagen final que se fraguó en la mente ensombrecida de Víctor, talento echado a perder, escritor empedernido o simplemente, una estrella más sin brillo; después de que Lucía, su compañera de por vida, mirada que le guardaba y fuente de la que bebió su obra inacabada, le comunicara que vio en la estación de tren, a parte de a más gente, a Raquel y a Vicente:
terreta d'Albalat dels Tarongers i raconet de la Marjal del Moro
...os prometo que pronto volveré a vosotros.