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Image Hosted by ImageShack.us ¡¡¡Lo que es la vida!!! Lo absurdo de cada día: febrero 2006

martes, febrero 28, 2006

V

A veces, en tiempos de sequía sensitiva, cuando uno se siente muerto en vida, recordar es un modo de vivir. Más cuando se intenta ver la luz de otros tiempos, los recuerdos rescatados de la memoria son los mejores, las experiencias que más placer nos han proporcionado en un momento en que el Sol ocupaba el centro del cielo. Así lo entendía Víctor, pero en su actual situación creía que no le servia. Y eso que se empeñaba en evocar mejores temporadas recorriendo diferentes sendas de su mente. No encontraba su lugar de paz.

Su pensamiento estaba demasiado anclado en su inmediata realidad. Irreversible, sin posibilidad de cambio, privado de uno de sus mayores goces. Él, gran voyeur, sin poder contemplar el mundo alrededor. Él, fantasioso e iluso como sólo el era, sin poder plasmar en un papel las imágenes que dibujaba su imaginación. Él, que desde semanas atrás no se sentía él, allí estaba, a oscuras, sentado enfrente del balcón en el que tantas madrugadas, mientras escribía, vio amanecer. Allí permanecía, persistiendo en su búsqueda.

Una hora, dos horas, tres horas. Pasaron las horas y, como en aquellas noches insomnes en que un arrebato literario adormecía el sueño, se le hizo de día, sin lograr encontrar un lugar en el que creyera reencontrarse a sí mismo. Fue la primera vez que presenció como el Sol, tímidamente, se asomaba por el horizonte, después del infortunio que le robó la vista.

Finalmente, cuando el Sol estaba en lo alto del cielo, sintió que su noche en vela valió la pena. Logró forjar el momento, su momento vivido, tiempo más tarde de su suceder. Y la sensación de pérdida se disipó ante la gran belleza de volver a ver y, ver por primera vez, una imagen con sentido, a sí mismo. Víctor mirando el ocaso.

lunes, febrero 27, 2006

IV

Manuel estaba esperando a la vera de María Isabel. Tumbada, sumida en la agonía de los últimos compases que daría su corazón. No pensaba, estaba.

¿Qué haré sin ti?, le preguntó Manuel aún a sabiendas de que ella no le iba a responder, mientras penadas lágrimas no dejaban de precipitarse por su barbilla. Quedaba poco tiempo, puede que segundos, quizás nada.

Tal vez ya se fue cuando Manuel le cogió de la mano y la acarició levemente, recreándose en el roce de sus dedos con su piel. Y en ese instante la sintió, y en ese preciso momento, lo sintió. Se rompió su proyecto después de aferrarse a él durante más de 25 años, la mitad de su vida.

El fin de la espera, un drástico cambio, la angustia cesó. Pensó en el mayor fruto de su compromiso vital, María. Le quedaba ella. Ella le daba sentido. Ella era el sentido. El sentido por el cual debería de empezar de nuevo, aprender a soportar el profundo dolor que le causaba la huella de la ausencia que imprimió tal acontecer, un inabarcable vacío, en lo más profundo de su ser.

Después de compartir la cotidianidad, la singularidad, la intimidad de sus días, de repente, la calidez desapareció. La mano de su amada estaba fría.